A pesar de su casi nula presencia en las cartas de relación de Cortés, Malinche o Marina ha significado una importante figura para México. Desde la época prehispánica, su mítica presencia se convirtió en abono para el cofre de creencias y mitos de carácter histórico.
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Luego de siete años de investigación y redacción, la escritora Elisa Queijeiro sacó a la luz su más reciente obra Una patria con madre, misma que responde a la ambiciosa labor de resignificar a la mujer durante la Conquista de México a través de la figura de Malinche.
La escritora mexicana logró un híbrido entre historia, ficción y realidad en este libro, pues, tal como ella lo dijo en entrevista con Vanguardia MX, Los mitos se convierten en algo funcional en un momento, pero después en algo totalmente disfuncional.
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En ese sentido, Queijeiro se dio cuenta de que La historia mítica era la que la definía como una traidora, la cual venía desde los criollos. Y así Doña Marina fue desdibujada en la historia, de ser una mujer admirada en el siglo XVI por indígenas y por españoles, pasó a ser una mujer traidora cuando los mexicanos buscamos un chivo expiatorio a quien echarles nuestro dolor de haber sido conquistados.
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El mito de la traición
Algo similar a lo que ocurre con la alianza tlaxcalteca-española, la colaboración de Malinche con Cortés no puede, técnicamente, considerarse una traición. Lo que debe quedar claro para nuestro propósito es que no era de origen mexica, es decir, que no estaba traicionando a su pueblo, sino por el contrario, ella pertenecía a otro grupo que estaba bajo la amenaza que representaba Tenochtitlan y su acción expansionista para sojuzgar pueblos a los que se les imponía tributo, tal como lo explica Arqueología mexicana.
Doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva España. Sin doña Marina no podíamos entender la lengua de Nueva España y México”, dejó escrito el cronista Díaz del Castillo, quien la veía como una mujer “entrometida y desenvuelta.
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La omisión de su feminidad
“La esclava que se volvió intérprete”, así es como la conocemos. Queijeiro expresa que solamente Malintzi, la histórica, puede rescatar a la mítica. Esta mujer, tuvo la valentía para sobrevivir y elegir el espacio que ocuparía en la vida de Cortés. A pesar de la degradación que ocasionó su encuentro con el español y la misoginia con la que es vista, se convirtió en una estratega de su pueblo y, a la vez, una víctima más del patriarcado imperante. De hecho, es bien sabido que su rol de madre fue también pauta del desánimo imperante en su persona. Su hijo, considerado el primer mestizo, es, hasta la fecha, una metáfora de la raza donde la supremacía es de los hombres.
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La inteligencia de Malinche logró el entendimiento de los pueblos; sin su participación, la conquista habría sido todavía más dolorosa. Aprendió a leer a los hombres blancos y barbados, sobre todo al capitán. Dejó de tenerles miedo y conoció sus intereses. Los tradujo para los indios. Fue un puente, no un cuchillo, expone Queijeiro en este libro donde la patria, fuera del discurso histórico, está aprendiendo a reconocer a la madre.