/ lunes 24 de julio de 2023

¿Viajaste en el tren de pasajeros en Tlaxcala? Hace más de 20 años dejó de operar

El Ferrocarril Mexicano fue inaugurado hace 150 años para comunicar la Ciudad de México con Veracruz

Probablemente muchos lectores de este Diario tuvieron la dicha de viajar a bordo de un tren hasta hace algunos años. Otros, habrán escuchado de este servicio a partir de las anécdotas de sus padres o abuelos. Ya sea como un nostálgico recordatorio o a manera de relato para los más jóvenes, resumimos a continuación lo que significó para cientos de tlaxcaltecas subir continuamente al tren de pasajeros.

En primer lugar, se debe tener en cuenta que Tlaxcala fue uno de los estados mejor comunicados del país durante los siglos XIX y XX debido al entretejido ferroviario que se asentó en la entidad a partir de 1873. El uno de enero de ese año, el entonces presidente de la República, Sebastián Lerdo de Tejada, puso en servicio la primera línea troncal de ferrocarril para comunicar a la Ciudad de México con Veracruz, la cual invariablemente cruzaba por Tlaxcala.

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¡Váááááámonos! Así eran los viajes en tren

Aunque en nuestro estado se establecieron rutas cortas del tren entre municipios como Santa Cruz, Tlaxco, Huamantla y Chiautempan, los viajes más largos y emocionantes eran a la Ciudad de México y Veracruz, en el tren “El Mexicano” desde la Estación Apizaco.

En los años 70, explica la señora Carmen Vázquez a El Sol de Tlaxcala, un boleto para viajar de Apizaco a Veracruz costaba veinte pesos en promedio, ya que existían los servicios diurno y nocturno en primera, segunda y tercera clase. Según el rango, era la comodidad de los asientos y el espacio que se tenía. Los de primera clase, por ejemplo, tenían comedores y camas, ya que era un viaje de más de ocho horas. Mientras que la tercera clase apenas eran “tablas con un intento de colchón encima, pero aun así era cómodo porque el tren tiene un movimiento constante”, mencionó.

No dejes de leer: ➡️ El Chepe, un tren con magia natural e ingeniería

Carmen recuerda la llegada a los andenes con una algarabía como no la ha vuelto a ver. Señoras con bolsas de mandado, señores con paquetes o animales de traspatio, jóvenes con sus mochilas y maletas. No obstante, lo que más recuerdan quienes viajaron en tren es la comida.

Dependiendo la estación, los vendedores ambulantes subían a los coches a ofrecer tortas, tamales, memelas, pambazos. café, refrescos y todo tipo de botanas. De igual forma ofertaban los famosos bastones de Apizaco, sarapes de Santa Ana y una gama de productos típicos de la región. Según narra la señora Vázquez, se sabía que el tren iba llegando a la estación de paso por dos cosas: el silbato de freno de la máquina y los gritos de los vendedores con su ‘¿qué va a querer!’. “Bajábamos rápido a comprar porque la parada era a veces de cinco minutos y otras de diez, pero si no te apurabas ‘se te iba el tren’ definitivamente”, contó.

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Los viajes de Carmen, como los de muchos tlaxcaltecas, eran rutinarios. En su caso, visitaba a sus familiares en Veracruz una vez al mes y era la encargada de llevar mercancías de Tlaxcala para vender en el estado del sur. Aunque las rutas del tren ya tenían establecida una ruta comercial, en menor medida los usuarios hacían lo propio. Muéganos, pan de fiesta y mole congelado viajaban en las bolsas de los pasajeros hasta las estaciones de Perote, Córdoba y Veracruz.

De estos viajes no solo quedan recuerdos platicados, sino también cantados. Pepe Rosas Blues Band estrenó hace una década la canción “De Apizaco a Veracruz”, cuya primera estrofa versa: “Tengo un amor y la quiero visitar / No tengo dinero para el avión / No tengo dinero nena para ir en autobús / Voy a tomar un tren de Apizaco a Veracruz / Ya vengo por Perote nunca me abandones”.

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En el libro Adiós al Ferrocarril (FNM, 1999), Felipe Pulido narra que el tren directo a la Ciudad de México y a Puebla era conocido como “El tren de la ilusión”, debido a que la mayoría de los jóvenes que estudiaban o trabajaban fuera regresaban a Apizaco a ver a su familia, amigos o pareja con enorme júbilo.

Los sábados y domingos eran los días más socorridos para viajar. En los años 50, llegaron muchos pasajeros a Apizaco a tomar nieve y pastelillos en la tienda “El Popo” o al “ADO”, lugar más íntimo para platicar y escuchar música de la rocola.

En suma, los viajes a bordo de los vagones eran una forma de vida, no obstante, como ‘todo por servir se acaba’, la época de oro del Ferrocarril terminó desde hace más de dos décadas.

Continúa leyendo: ➡️ El "Tren de Troya"

En 1995, el entonces presidente Ernesto Zedillo privatizó Ferrocarriles Nacionales de México y el servicio de trenes de pasajeros dejó de funcionar cuatro años después. Aunado a ello, la llegada de otras empresas de transportistas sustituyó al medio tradicional.

A finales del siglo XX se dio la bienvenida a la tecnología y a nuevas formas de vida. Pero, tal como lo escribió el entonces gobernador de Tlaxcala, Alfonso Sánchez Anaya: “También fue un adiós al ferrocarril y, con ese adiós, los tlaxcaltecas se comprometen a seguir con paso firme las vías del progreso”. En suma, dijo Sánchez Anaya, “seguiremos avanzando”.


Probablemente muchos lectores de este Diario tuvieron la dicha de viajar a bordo de un tren hasta hace algunos años. Otros, habrán escuchado de este servicio a partir de las anécdotas de sus padres o abuelos. Ya sea como un nostálgico recordatorio o a manera de relato para los más jóvenes, resumimos a continuación lo que significó para cientos de tlaxcaltecas subir continuamente al tren de pasajeros.

En primer lugar, se debe tener en cuenta que Tlaxcala fue uno de los estados mejor comunicados del país durante los siglos XIX y XX debido al entretejido ferroviario que se asentó en la entidad a partir de 1873. El uno de enero de ese año, el entonces presidente de la República, Sebastián Lerdo de Tejada, puso en servicio la primera línea troncal de ferrocarril para comunicar a la Ciudad de México con Veracruz, la cual invariablemente cruzaba por Tlaxcala.

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Aunque en nuestro estado se establecieron rutas cortas del tren entre municipios como Santa Cruz, Tlaxco, Huamantla y Chiautempan, los viajes más largos y emocionantes eran a la Ciudad de México y Veracruz, en el tren “El Mexicano” desde la Estación Apizaco.

En los años 70, explica la señora Carmen Vázquez a El Sol de Tlaxcala, un boleto para viajar de Apizaco a Veracruz costaba veinte pesos en promedio, ya que existían los servicios diurno y nocturno en primera, segunda y tercera clase. Según el rango, era la comodidad de los asientos y el espacio que se tenía. Los de primera clase, por ejemplo, tenían comedores y camas, ya que era un viaje de más de ocho horas. Mientras que la tercera clase apenas eran “tablas con un intento de colchón encima, pero aun así era cómodo porque el tren tiene un movimiento constante”, mencionó.

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Carmen recuerda la llegada a los andenes con una algarabía como no la ha vuelto a ver. Señoras con bolsas de mandado, señores con paquetes o animales de traspatio, jóvenes con sus mochilas y maletas. No obstante, lo que más recuerdan quienes viajaron en tren es la comida.

Dependiendo la estación, los vendedores ambulantes subían a los coches a ofrecer tortas, tamales, memelas, pambazos. café, refrescos y todo tipo de botanas. De igual forma ofertaban los famosos bastones de Apizaco, sarapes de Santa Ana y una gama de productos típicos de la región. Según narra la señora Vázquez, se sabía que el tren iba llegando a la estación de paso por dos cosas: el silbato de freno de la máquina y los gritos de los vendedores con su ‘¿qué va a querer!’. “Bajábamos rápido a comprar porque la parada era a veces de cinco minutos y otras de diez, pero si no te apurabas ‘se te iba el tren’ definitivamente”, contó.

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Los viajes de Carmen, como los de muchos tlaxcaltecas, eran rutinarios. En su caso, visitaba a sus familiares en Veracruz una vez al mes y era la encargada de llevar mercancías de Tlaxcala para vender en el estado del sur. Aunque las rutas del tren ya tenían establecida una ruta comercial, en menor medida los usuarios hacían lo propio. Muéganos, pan de fiesta y mole congelado viajaban en las bolsas de los pasajeros hasta las estaciones de Perote, Córdoba y Veracruz.

De estos viajes no solo quedan recuerdos platicados, sino también cantados. Pepe Rosas Blues Band estrenó hace una década la canción “De Apizaco a Veracruz”, cuya primera estrofa versa: “Tengo un amor y la quiero visitar / No tengo dinero para el avión / No tengo dinero nena para ir en autobús / Voy a tomar un tren de Apizaco a Veracruz / Ya vengo por Perote nunca me abandones”.

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En el libro Adiós al Ferrocarril (FNM, 1999), Felipe Pulido narra que el tren directo a la Ciudad de México y a Puebla era conocido como “El tren de la ilusión”, debido a que la mayoría de los jóvenes que estudiaban o trabajaban fuera regresaban a Apizaco a ver a su familia, amigos o pareja con enorme júbilo.

Los sábados y domingos eran los días más socorridos para viajar. En los años 50, llegaron muchos pasajeros a Apizaco a tomar nieve y pastelillos en la tienda “El Popo” o al “ADO”, lugar más íntimo para platicar y escuchar música de la rocola.

En suma, los viajes a bordo de los vagones eran una forma de vida, no obstante, como ‘todo por servir se acaba’, la época de oro del Ferrocarril terminó desde hace más de dos décadas.

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En 1995, el entonces presidente Ernesto Zedillo privatizó Ferrocarriles Nacionales de México y el servicio de trenes de pasajeros dejó de funcionar cuatro años después. Aunado a ello, la llegada de otras empresas de transportistas sustituyó al medio tradicional.

A finales del siglo XX se dio la bienvenida a la tecnología y a nuevas formas de vida. Pero, tal como lo escribió el entonces gobernador de Tlaxcala, Alfonso Sánchez Anaya: “También fue un adiós al ferrocarril y, con ese adiós, los tlaxcaltecas se comprometen a seguir con paso firme las vías del progreso”. En suma, dijo Sánchez Anaya, “seguiremos avanzando”.


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