Los debates sobre la adaptación del idioma a los cambios sociales son recurrentes en el español actual. Uno de ellos gira en torno a la palabra «presidenta». Aunque el término «presidente» ha sido históricamente utilizado como un sustantivo común en cuanto al género, desde hace más de dos siglos se ha propuesto el uso de «presidenta» para referirse específicamente a una mujer que ocupa ese cargo.
El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) recoge «presidenta» desde 1803 y, a pesar de ello, aún existe cierta confusión o resistencia en algunos sectores para emplear esta forma femenina. Esta reticencia proviene en parte de la estructura de la palabra «presidente», que en su terminación con «-ente» parece neutral en cuanto al género, lo que permite que algunos prefieran mantener invariable para ambos sexos.
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“Si bien «presidente» puede usarse como común en cuanto al género («el/la presidente»), es preferible hoy usar el femenino «presidenta», documentado en español desde el siglo XV y registrado en el diccionario académico desde 1803”, señala la RAE.
La anterior recomendación se alinea con la lógica de otros sustantivos de similar estructura, como «boxeadora» e «ingeniera», que también se ha feminizado a partir del surgimiento de mujeres en estos ámbitos profesionales. Recordemos que el cambio gradual en la percepción de estos términos refleja la evolución del lenguaje, siempre en constante adaptación a las realidades sociales.
Además de su registro formal, el uso de «presidenta» es una forma de visibilizar y reconocer el rol de las mujeres en la esfera pública y política. En un contexto histórico donde los puestos de poder estuvieron mayormente reservados para los hombres, la visibilización lingüística de las mujeres en cargos de relevancia es un paso importante hacia la igualdad de género.
POSICIONAMIENTO DE LA RAE FRENTE AL DEBATE
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El sistema del español y de las lenguas romances opone dos géneros. Cuando el sexo se diferencia mediante el género, el masculino se corresponde con los rasgos ‘varón’ y el femenino se relaciona con los valores de contenido ‘mujer’.
En el caso de las profesiones, las dos formas se presentan normalmente como estadios de un proceso evolutivo que se inicia en los sustantivos unisexo y que se puede consumar o no. Un ejemplo que reconoce la RAE como punta de partida es la evolución de «diputado».
En las Cortes de Cádiz esta voz era un unisexo de profesión. Designaba exclusivamente a varones, pues la ley vedaba el acceso de la mujer a tal cargo. Cuando la II República reconoce a la mujer el derecho a ser elegida como parlamentaria, se produce un cambio: diputado se convierte en un sustantivo con oposición de género semántico (‘varón’/‘mujer’).
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En un principio, solo se manifestaba a través de la concordancia (el diputado / la diputado), hasta que finalmente se hizo la diferenciación de desinencias (el diputado / la diputada). Siguiendo este modelo, se han creado numerosos dobletes de género: minera, soldadora, yuntera, costalera, alcaldesa, mayorala, etc.
Esta práctica no es exclusiva del español: en otros idiomas de origen latino, como el italiano o el francés, es común feminizar los títulos de cargos ocupados por mujeres. En italiano, por ejemplo, se utiliza «presidentessa» para referirse a una presidenta.
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