En México, desde tiempos remotos, los quelites han formado parte de la dieta tradicional de los pueblos originarios por su importante valor nutricional, de los cuales, hasta hace poco, eran considerados como “comida para pobres”. Sin embargo, gracias a diversas investigaciones, estas plantas mexicanas, comunes durante la temporada de lluvias, resultan un tesoro gastronómico.

En el país se conocen alrededor de 500 especies silvestres que nacen en cultivos de milpa, chile, calabaza; en cafetales y en huertos familiares. Su crecimiento, en la mayoría de estos, se da forma espontánea y sin el cuidado del ser humano.

Entre los populares destacan la verdolaga, quintonil, berro, quelite cenizo, alache, epazote y chaya; otros como el pápalo, romeritos, rábanos y huauzontle sí son cultivados por campesinos debido a su demanda en los mercados locales.

Son tan importantes que, en el desierto, los tarahumaras y yaquis han sobrevivido a épocas de hambruna gracias a los quelites que les proporcionan vitaminas, minerales y otros compuestos poco estudiados, además de fibra, tan necesaria para una buena salud, señala Amanda Gálvez, doctora en Biotecnología de la UNAM.

BENEFICIOS

Los diversos tipos de quelites son una fuente de vitaminas, minerales, ácido fólico y fibra; además, contienen ácidos grasos, como el Omega 3 y 6.

Por si fuera poco, también ofrecen gran cantidad de antioxidantes, como sucede como las variedades de quelites llamadas chaya, chepil y alaches, el consumo de estas tres últimas pueden incluso contribuir a la prevención de enfermedades crónico-degenerativas.

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