En julio pasado, Alejandro Suárez cumplió 80 años, 60 de los cuales ha dedicado a una larga carrera artística, principalmente en televisión, aunque también en teatro y cine, donde ha realizado decenas de producciones.
Hace ya medio siglo de que el mítico programa de televisión “Ensalada de locos”, protagonizado por Manuel "El Loco" Valdés, Héctor Lechuga y él mismo, irrumpió en la televisión abierta con una propuesta completamente irreverente, ahora sabemos que adelantada a su tiempo, en la que Suárez dio vida a personajes como Vulgarcito y El Simpatías.
La siguiente generación se dobló de la risa con otros personajes no menos hilarantes, que el cómico desarrolló en “La Carabina De Ambrosio”, ya en los ochentas, donde personificó a Don Severo, Supermam y a un poeta que recitaba chistes en “La Palabra Canta”, por mencionar sólo algunos.
Años después, los millennials tuvieron la oportunidad de conocerlo con nuevos personajes como El Hunteer, Amado Tomillo y Telúrico, en otro espacio llamado “Todo De Todo”, ya en la década de los noventas.
Ha hecho de todo a lo largo de su larga carrera, y sin embargo, Alejandro Suárez dice que se siente tan bien como cuando hacía “Ensalada de Locos”.
“Así me siento, así estoy siempre… No sufro, ni me enojo, porque me hace daño, mejor me río de todo lo que me pasa”, nos dice en cuanto se sienta frente a nosotros, en las oficinas de El Sol de Cuernavaca, ciudad en la que radica desde que inició la pandemia.
La cita con el actor fue un sábado a la 1 de la tarde, y ahí estuvo, a la hora acordada. “Siempre he sido muy puntual… Por eso soy primer actor, porque soy el que primero llega”, nos dice.
A juzgar por la mayoría de sus personajes, que muchas veces rayan en la excentricidad, pensaríamos que Alejandro Suárez es un tipo extrovertido, pero aclara que no siempre fue así.
Hijo de un capitán, en casa le inculcaron una educación estricta, casi militar, por ello es curioso que tanto él como su medio hermano, el también cómico Héctor Suárez, eligieron una actividad profesional radicalmente opuesta a la de su padre.
“Siempre fui muy tímido, desde niño. Imagínate, cuando empecé a trabajar en Televicentro, veía que venía por ahí don Emilio Azcárraga Milmo y en lugar de saludarlo, me escondía… Y además era tartamudo, así que cuando me mandaban a la tienda a comprar algo, me quedaba trabado”, recuerda.
Y aunque esa situación ha cambiado con el paso de los años, asegura que todavía en la actualidad, cuando está a punto de salir a escena, lo que más quiere es irse a su casa.
“Pero entonces ya me dan el pie y tengo que salir a trabajar, así es mi vida, ¿me entiendes? Gracias a Dios que le caigo bien a la gente, porque si no, ¿qué haría?”
Cuenta también que en su caso, al contrario de lo que suelen decir la mayoría de los artistas, él no quería dedicarse al mundo del espectáculo, aunque recuerda que una afición que sí desarrolló desde joven fue la de ir al cine a ver todas las películas que podía, y que luego, cuando llegaba a casa, actuaba frente al espejo algunas de las escenas que más lo impactaban.
¡CÁLLESE, CHAMACO!
Acerca de la larga lista de personajes que ha desarrollado en todos estos años, asegura que todos han surgido de la inspiración en personajes que existen y que ve a su alrededor:
“Todos han existido. Lo que pasa es que el actor debe ser un buen observador, y en mi caso pues he tomado mucho de esos personajes que he visto, y en los que probablemente la gente se ve reflejada… Por ejemplo, Don Severo, pues es el capitán Suárez, mi papá, que siempre nos estaba prohibiendo cosas, aunque luego las hacía él... No veas esa película, que es para grandes y ahí estaba después, formado en el cine”.
¡Te traigo finto, te traigo finto...!
Cuenta don Alejandro que su personaje que ha llegado más lejos en términos de popularidad, ha sido “Vulgarcito”, el hombre con pinta de hippie que tenía amarrado un pañuelo en la cabeza y que se dirigía de forma poco respetuosa a quienes le rodeaban.
Asegura que “Ensalada de Locos” era un programa adelantado a su época, no sólo porque hacían mucho con pocos recursos técnicos, sino por el tipo de comedia que realizaban.
“En esa época no podías aparecer fumando, ni tomando, tampoco salir vestido de mujer, ni parecer un afeminado, porque estaba prohibido, pero Lechuga y El Loco salían con su ropa normal, y sólo se ponían una peluca, sin maquillaje ni nada, entonces era otra cosa, algo más cercano a los hermanos Marx”.
Sin embargo, dice que nunca lo censuraron ni trataron de limitar las locuras que él y sus compañeros hacían en la televisión.
“No… Luego inventan cosas, pero realmente no. Una vez yo estaba trabajando, creo que en una obra de teatro, y cuando me oyeron que estaba hablando del presidente en turno, llegó alguien y me dijo que no podía mencionar el nombre del presidente, entonces salí y dije: “el mero mero papas fritas de aquí”, que era lo mismo y el chiste quedó igual, entonces, aunque te prohiban las cosas, tú siempre puedes cambiarlas”.
OYE DIOS, ¿POR QUÉ SERÉ TAN AGRADABLE?
Sobre otros de sus personajes icónicos, que era El Simpatías, dice que estuvo inspirado en Pancho Córdoba, un escritor y actor que hacía argumentos para el cine y que cada que llegaba a presentarlos él mismo se reía de sus chistes:
“Todavía no empezaba a leer y ya estaba riéndose, para que le compraran su libreto, y además le hablaba Dios mi personaje, cuando volteaba hacia arriba y decía: ¡Pero mira qué agradable soy!”
¿LE DIRÉ, NO LE DIRÉ? ¡EN FIN!
Sobre “Amado Tomillo” recuerda que se le ocurrió después de que en una actuación en cabaret personificó a un hombre embarazado, y que poco a poco le fue agregando elementos al personaje.
“Era como el ingeniero Bonilla, con su vientre abultado y que por otro lado siempre está dudando, porque ¿quién no ha dudado en esta vida? Es cuando te dices: Me casare, no me casare… O estás formado en la fila del banco y dices: Me pagaran, no me pagaran, cuando tienes una duda, ¿cómo le haces? Pues te llevas el dedo a la boca.
Son recursos que un comediante tan experimentado como él, sabe que funcionan en cada género y en el momento adecuado. Y hablando de recursos que funcionan, en el otro extremo está el recurso de hacer reír con el drama y el sinsentido, como lo hacía en sus sketches de “Mercado de Lágrimas”, en los que los actores nunca dicen chistes ni se ríen, todo es drama y solemnidad, encaminadas a hacer reír al espectador.
“En Mercado de lagrimas te cortaban la luz y hacías un drama, o lo mismo si la salsa verde no picaba... Una vez hice uno con Ofelia Guilmáin, en el que hacía drama porque ella no me cosía los botones como lo hacía mi mamá, porque no sabía; o porque nos cortaron el teléfono y entonces hacíamos un velorio, por el teléfono muerto… ¡Y la gente se reía de eso! Son cosas que nadie ha vuelto a hacer o si han querido hacerlas no las han hecho como debe de ser”, asegura.
Sin embargo, se rehúsa a opinar sobre la comedia actual. Dice que no es sinodal para decir qué está bien y qué está mal.
Se le nota más cómodo recordando cualquiera de las decenas de personajes a los que ha dado vida, como “El Hunteer”, a quien dice que conoció en la colonia Buenos Aires:
“Él trabajaba en un taller y yo llegué con mi espejo retrovisor estrellado, así que le digo: ¿Quién me lo puede arreglar? Y me contesta: Pues yoooooo, pero al ratooooo, estoy descansandoooo, si quiere venir al ratooooo... De ahí salió y yo nada más le agregué algunas cosas”.
Y así se nos va más de media hora platicando con este hombre, probablemente uno de los últimos grandes de la comicidad mexicana que quedan vivos, mientras que cada gesto y cada risa nos recuerdan a alguna de tantas escenas que nos han hecho reír durante décadas.
A sus 80 años, don Alejandro continúa activo, grabando en ocasiones hasta dos programas diarios. Actualmente participa en un programa llamado Tic-Tac-Toc, en el que personifica a Tito Gambino, un personaje al que describe como “Un cuate que se quiere hacer el italiano, y que después de ver Ensalada de Locos saca de ahí todo lo que le gusta”.
El otro proyecto en el que está muy entretenido es su propio canal de Youtube, que lanzó hace unos meses y a través del cual suele compartir recorridos por diversos sitios de interés, además de anécdotas de su trayectoria artística.
“Estoy triunfando a mis ochenta años… Hasta dijeron por ahí: ¡Tiembla Azcarraga! Porque dije que ya me sentía como él, pero ya saben que es broma”.
Cuenta que esa experiencia ha resultado completamente positiva, sobre todo por los comentarios que le dejan en esa plataforma:
“La gente me dice cosas maravillosas, cosas que nunca hubiera pensado, así que les agradezco, y lo mismo cada que voy a cualquier lado... Voy a las tortillas y todo el mundo me saluda, por eso nunca estoy solo y por eso soy feliz, porque todo el mundo me saluda y todos son buena onda conmigo”, cuenta con una sonrisa en el rostro, antes de despedirse de nosotros.
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