Su origen es europeo, pero los elementos que ha integrado con el paso del tiempo la convierten en una ferviente tradición de los pueblos mexicanos. Se trata del Altar de Dolores, una ofrenda que recuerda el sufrimiento de la Virgen María ante la pasión y muerte de Cristo.
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Colocado una semana antes del Viernes Santo, este altar busca conservar y difundir la devoción a la Virgen, que se instauró como un propósito de la Orden de los Siervos de María y se hizo costumbre en el siglo XIII italiano, de acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Aunque fue en este país donde se instituyó la advocación de la Virgen Dolorosa, es en España del siglo XVI donde se tienen registro de los primeros altares estructurados, los cuales llegaron hace cinco siglos a nuestro territorio, de la mano de los primeros frailes franciscanos.
Con el tiempo, la intención de crear el Altar de Dolores se extendió por todo el mundo católico, adaptándose a las diversas tradiciones y expresiones culturales. Hoy en día, se considera un símbolo prominente de la espiritualidad mariana y un recordatorio conmovedor del papel único de María en los pasajes bíblicos.
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Aunque lo común es encontrar este tipo de altares en las casas particulares, también suelen verse en negocios, ermitas comunitarias y dentro de las iglesias, donde les hacen un espacio en una lateral, sin ocupar nunca el altar principal.
SINGULARIDAD DEL ALTAR
El Altar de Dolores permanece una semana después de la muerte de Jesús, a modo de consuelo para su madre. En ese sentido, muchos de sus elementos están destinados a despertar la empatía de los fieles y asimilar el luto como propio.
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Al centro del altar deslumbra la imagen de esta advocación mariana, a la que también se le conoce como Virgen de los Dolores, Virgen de la Piedad, Virgen de la Soledad, o Virgen de las Angustias, la cual se rodea de flores en tonos morados y blancos, colores que representan el dolor ante la muerte.
Para complementar los pétalos, también suelen integrarse macetas de trigo germinado, pues la Iglesia considera a los cereales en crecimiento como emblemas de la vida nueva que Jesús entrega con su muerte y resurrección. Particularmente, el trigo alude a la hostia, en donde Cristo se hace presente.
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En ese mismo sentido, el vino está incorporado a través de un jarrón lleno de uvas frescas, alegoría universal de su sangre derramada para alimentar y redimir a sus seguidores.
La costumbre mexicana se involucra con un elemento peculiar e indispensable, las aguas de sabores. Éstas se concentran en recipientes transparentes que permiten ver sus colores y despiertan diferentes sensaciones a quienes se acercan para rezar.
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Por lo regular, es agua de horchata, en memoria de la pureza de la Virgen María; agua de limón, que encarna la esperanza en la resurrección; agua de mandarina, que refiere al atardecer durante la crucifixión; y agua de fresa, como alusión a la sangre de Jesús para redimir a la humanidad. Sin embargo, los sabores varían ante pueblos y costumbres.
En el caso de Tlaxcala, la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores en Huamantla dedica este altar anualmente con tapetes de aserrín como distintivo. Semillas y pétalos también componen figuras para alabar la efigie. Adicionalmente, son considerados clavos, martillo, corona de espinas, una representación de un gallo, esponja, pilar de los azotes, el INRI, caña, dados, la lanza y la cruz sin Jesús, que se colocan a los pies del altar, así como estampas de los siete dolores o tormentos de la Virgen.