Con imágenes religiosas de hasta 15 kilos cada una, veintiún guadalupanos provenientes de Perote, Veracruz, regresaron llenos de fe a sus hogares, después de visitar a la virgen del Tepeyac este 12 de diciembre.
Y en cada paso que imponían sobre el asfalto carretero, reflejaban un acto de fe.
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A las 15:00 horas del nueve de diciembre ya habían caminado más de 300 kilómetros, cuando ingresaron al municipio de Huamantla.
El trayecto completo desde San José de los Molinos, (en las faldas del cofre de Perote, Veracruz), hasta el cerro del Tepeyac en la Ciudad de México es de 48 horas a pie, alrededor de 236 kilómetros. Difícil hacerlo sin descanso.
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En su peregrinar, cumplen seis días con sus noches, desde que salieron el cuatro de diciembre. Los víveres se les agotaron, pero no su fe, que se percibe inquebrantable. Hambre y sed se les nota, llevaban mediodía caminando sin descanso, desde San Martín Texmelucan, Puebla.
A diferencia de otros peregrinos, que viajaron con algunas comunidades, estos jóvenes de 20 a 30 años no llevan protección. Su única salvaguarda es el manto sagrado de 21 santos que cargan sus hombros.
Y los huamantlecos los reciben con alimentos y agua, mientras descansan para seguir se destino final a unos cuatro mil metros de altura en el Cofre de Perote.
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Ellos caminaron coordinados y organizados, entre el múltiple tráfico sobre la carretera Veracruz-Tlaxcala-Texcoco. Sin protección civil y sin ambulancias.
David apenas tiene 22 años, a él le tocó (mediante rifa) cargar el bulto más grande. Se trata de la imagen de la Virgen de Guadalupe qué mide 1.50 metros y 15 kilogramos de peso. Otros hombres y mujeres, cargan al Santo Niño de Atocha, San José, San Judas Tadeo, El Divino Salvador, Sagrado Corazón de Jesús, imágenes qué pidieron prestadas en el templo de San José.
-¿Quiere cargar a la virgen de Guadalupe?, -preguntó David al reportero.
Al consentir, el joven dijo que esta acción le llena de energía, para lograr hazañas como superar calambres en las piernas, hasta la Basílica en la Ciudad de México
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Ellos durmieron, envueltos en cobijas, entre bosques, albergues, estaciones de autobuses. Su peregrinar aún no termina, les queda regresar a San José, antes volverá el hambre del amanecer, pero están contentos, se les ve en el rostro que aparece descubierto; han olvidado la pandemia del coronavirus.
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