Los altares de Día de Muertos se han convertido en un reflejo de la cocina mexicana, la cual revive recetas familiares y permite a las personas recordar a sus seres queridos que han fallecido a través de los aromas y sabores de los platillos que colocan en las ofrendas.
En ese sentido, el mole, el pan de muerto, los dulces, entre otros platillos son fragmentos de memoria que se complementan con flores de cempasúchil, veladoras, incienso y las fotografías de quienes ya partieron.
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EL MOLE
Cada platillo tiene una carga simbólica profunda. El mole, con su mezcla de chiles, chocolate y especias, representa el equilibrio entre lo amargo y lo dulce. En muchas familias, la receta del mole se hereda de generación en generación, y su elaboración es un ritual en sí mismo por la paciencia y la memoria culinaria que representa.
Poco a poco, hemos incorporado distintos elementos al altar de muertos. En muchas ofrendas ya no vemos solamente el mole, también se les colocan sus platillos preferidos como los tamales o los mixiotes, para que el alma pueda verdaderamente disfrutar su estadía.
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LOS DULCES
Otro elemento relevante es el dulce de alegría, preparado con amaranto y miel, que tiene raíces prehispánicas. En la antigüedad, el amaranto se utilizaba en ceremonias para representar la energía y su inclusión en las ofrendas actuales refleja la continuidad de la tradición.
Como metáfora de que incluso en el duelo hay un “dulce recuerdo”, se añaden a esta lista el dulce tradicional de camote, de calabaza y de guayaba, los cuales se colocan solos o acompañados con pan.
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EL PAN
El pan es uno de los elementos indispensables en un altar tradicional. En Tlaxcala, son tres los que se elaboran de manera tradicional: hojaldras, pezuñas y tlacotonales.
Las hojaldras, conocidas en gran parte del país como el auténtico “pan de muerto”, tienen su origen en la época de la Conquista, de acuerdo con el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI).
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Los españoles, asombrados por los sacrificios humanos de los pueblos indígenas, idearon un alimento para representar aquellas ceremonias. El resultado fue un pan de trigo redondo y adornado con “huesos”, el cual solía bañarse en azúcar pintada de rojo como símbolo del corazón y la sangre del sacrificado.
A diferencia de las hojaldras, las pezuñas, encimados o panes lisos son salados e ideales para acompañar el mole de la ofrenda. Algunas panaderías y familias acostumbran hacerlos neutros, es decir, sin sal ni azúcar. De esta forma, se pueden endulzar con jarabes de temporada o rellenarlos como emparedados.
La panadería tlaxcalteca también dedica parte de su inventario al pan de figuras humanas o “muertitos”. De hecho, tlacotonal significa “partido para el sol” y se interpreta como el acto de partir o abrir el pecho de una víctima de sacrificio.
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- En muchas familias, la receta del mole se hereda de generación en generación, y su elaboración es un ritual en sí mismo por la paciencia y la memoria culinaria que representa.