Los cruces o pasos de barrancas y puentes siempre están implicados en sucesos que tienen que ver con la aparición de seres místicos, como brujas y nahuales, que atemorizan de sobremanera a quienes tienen la mala suerte de verlos.
La barranca Briones, que se ubica en Santa Ana Chiautempan, es pieza clave de un sinfín de relatos en los que se habla de estos personajes sobrenaturales, contados, principalmente, por personas que viven cerca de ella, es más, algunas aseguran haberlos visto.
La siguiente historia, narrada por Sixto Ipatzi, cronista municipal de Chiautempan, ocurrió a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, durante el mes de diciembre.
Varios pobladores del Barrio de Texcacoac, por la tarde de un día del mes de diciembre, se congregaron en la Parroquia de la Señora Santa Ana, para acompañar a las “posaditas” hasta la casa del mayordomo, que, en esos tiempos, vivía hasta donde se encontraban las últimas casas de Santa Cruz Guadalupe.
Durante su trayecto, los feligreses rezaban el rosario y entonaban alabanzas. Lo único se iluminaba su camino era la tenue luz de las velas que cada uno de ellos portaba.
Al llegar a lo que hoy se conoce como El Llanito, cruzaron la barranca de Ixcotla; en ese tiempo era muy ancha y por ella bajaban unas barrancadas enormes. A sus costados estaban enormes arboles de eucalipto, que, al ocultarse el sol, originaban cierto paisaje tenebroso.
Después de haber convivido con los familiares y vecinos del mayordomo, los peregrinos emprendieron el regreso a Texcacoac, siguiendo el mismo camino que los había traído hasta la población mencionada.
Instantes después de haber cruzado el barranco, uno de los caminantes, por alguna extraña razón, alzó la mirada hacia las ramas de los árboles y vio como una bola de fuego brincaba entre ellas. Al darse cuenta de tan inusual acontecimiento, les dijo a los demás lo que ocurría entre los ramales. Algunos empiezaron a gritar, otros a llorar y otros más a implorar a Dios que acuda en su auxilio. Era tanta la impresión y alboroto de aquella noche, que una de las jóvenes se desmayó.
Las personas, al auxiliarla, dejaron de prestar atención al fenómeno y sin darse cuenta, el objeto se perdió entre la obscuridad de la noche.
Cuando la mozuela recuperó la conciencia, los feligreses, sin pensarlo dos veces, levantaron a las “posaditas” y rápidamente retornaron a sus hogares, contando a sus familiares lo acontecido.
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