Desde niño Rodrigo González Romero descubrió que estaba destinado a convertirse en operador de transporte público.
Su padre, Jaime González Morales, trabajaba en ese entonces como chofer en la empresa Autotransportes Tlaxcala, Apizaco, Huamantla (ATAH) y de vez en cuando tenía la oportunidad de irse con él de viaje.
Recorrer cientos de kilómetros de carretera y conocer diferentes partes del país fue lo que más le llamó la atención y es por eso que, al cumplir la mayoría de edad, lo primero que hizo fue tramitar su licencia de conducir.
Hoy, a 25 años de distancia, Rodrigo es un ejemplo de lo que representa un buen operador de transporte público, aunque para lograrlo no ha sido nada fácil.
En sus manos tiene un autobús modelo 2019, con valor en el mercado de más de nueve millones de pesos, pero lo más importante no es eso, sino la vida de las personas que traslada a diario de la Central Apizaco a la Ciudad de México o al norte y sureste del país.
Pero no todo ha sido fácil para Rodrigo, pues como todos los operadores, empezó desde abajo, como ayudante, como chalán.
Que su padre fuera un reconocido operador no significaba que tenía todo ganado y –reflexiona- fue lo mejor, de lo contrario no habría adquirido los aprendizajes que hoy tiene.
Rodrigo González Romero es padre de dos hijos a quienes, a través de su trabajo en ATAH, ha podido darles una profesión.
Su mejor pasatiempo es estar en casa, pues en ocasiones pasa largas jornadas fuera de ella, hasta dos o tres semanas, pero con la llegada de las redes sociales ahora es más fácil tenga contacto con su familia.
Rodrigo, de 44 años de edad, lamenta que a los choferes se les criminalice cada que existe un accidente, pues en la gran mayoría de ocasiones los percances son provocados por automovilistas particulares a los que, muchas veces, cuando van por su licencia de conducir no les preguntan si saben o no conducir.
En cambio, los operadores de transporte público, sobre todo de largo itinerario, deben recibir capacitaciones constantemente y de acuerdo al modelo de unidad que conduzcan, pues su tecnología avanza constantemente.
“El peligro diario está latente en carretera, si no es por nosotros es por terceras personas, por eso nos capacitamos… nos critican porque la gente no sabe qué se tiene que hacer para llegar a ser operador”, expresa.
Considera que lo principal que debe tener un operador de autobús es responsabilidad, amabilidad e higiene, pero para lograrlo también se necesita el apoyo de la gente.
Eso le ha permitido no sufrir hasta el momento ningún percance de gravedad, aunque si ha visto a compañeros de la misma empresa o de otras líneas de transporte fallecer.
Antes de comenzar su jornada laboral, es obligatorio para Rodrigo revisar la unidad, sobre todo el aceite, la presión de las llantas, el anticongelante, funcionamiento de mangueras y bandas, para que ninguna avería le impide llegar a su destino.
La inseguridad es un tema que, asegura Rodrigo, preocupa al sector transporte al existir cada vez más bandas de ladrones que abordan autobuses para despojar a los pasajeros de sus pertenencias.
Recuerda que hace seis años lo privaron de su libertad por algunas horas para robarle un autobús que hasta hoy no han logrado encontrar, pero eso no lo desanimó para seguir en este noble oficio.
De hecho, asegura que “hasta que Dios me preste vida seguiré siendo chofer”, aunque el límite de edad para que autoridades del sector transporte le otorguen la licencia es al llegar a los 60 años.
Muchos se convierten en operadores del transporte público por necesidad, porque no tienen otra opción, pero en mi caso es por pasión, me encanta manejar y conocer muchas partes del país, es muy pesado, pero me gusta la mala vida
Rodrigo González / Operador de autobús
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