Doña Cristina Sánchez vendía bastones de tlaxistle en la plaza Xicohténcatl de la ciudad, pero ya no puede comercializarlos porque, por ley, está prohibido, ya que el arbusto está en peligro de extinción.
El año pasado, tuvo una caída que la llevó al hospital donde la operaron de una hernia, desde entonces se ayuda del bordón para caminar, aunque le recomendaron no salir de casa.
Ahora, comercializan llaveros y aretes de rostros de huehues. Urbano Padilla, su esposo, es el artista que se encarga de dar vida a los pequeños trozos de madera.
Ya que cortar el tlaxistle reforestado en los cerros blancos está prohibido, Urbano se las ingenió para elaborar caritas para venderlas durante las fiestas del carnaval.
Y mientras él trabaja en su taller desde casa, pues una enfermedad le dejó las piernas sin movimiento, su cónyuge debe venderlos. La pensión que reciben del gobierno de la República se les fue en la compra de medicamentos.
Además, vive con ellos su hijo, quien quedó sin empleo al concluir el censo nacional de población. “Tengo una nieta de 15 años y ya tiene a un bebé hermoso, viven con nosotros y nos hacen felices”.
Con la pandemia y la suspensión de fiestas, la anciana de 75 años recorre varias calles de Tizatlán para ofrecer su producto. Además, frente a la iglesia de los Tres Niños Mártires se inclina todos los días para pedir por el fin de la enfermedad,
Si bien la tarde del último día de enero fue fría y húmeda, doña Cristi, como le llaman sus vecinos, caminó y se detuvo en un centro de conveniencia.
Varias personas llegaron en vehículos en busca de alimentos y bebidas. “¡Llaveros!, Llaveros! ¡cómpreme uno!”, pidió a los conductores, pero no le prestaban mucha atención. Algunos curiosos se detuvieron y observaron a detalle la obra del artista y, ella, orgullosa, mostró una variedad de caritas.
En el taller, don Urbano se tarda más de 24 horas para elaborar cada máscara; diseñar, cortar, dar forma a la imagen, pulirla y pintarla es un trabajo meticuloso y muy poco valorado.
Un hombre se acercó a la comerciante ambulante, tomó una de las caritas y preguntó el costo. “100 pesos”, dijo la longeva mujer. Con una cara de sorprendido el hombre inició el intercambio de palabras. Al final se llevó unos aretes y un llavero. Eran 250 pesos, pero le hizo una rebaja de 50 pesos.
Ya tengo para mis tortillas, unos frijoles y un pedacito de carne, ya me voy porque mi hijo se enoja de que salgo, pues hay muchos contagios, hasta nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador porque no se cubría la boca, comentó.
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