Federico Silverio es músico, pero de joven trabajó en el Ejército Mexicano. Fue costurero, campesino, chafirete, policía, silvicultor, mensajero, cantinero y árbitro; cruzó ocho veces el río Bravo como indocumentado, todo para que su familia tuviera prosperidad. Al cumplir 18 años viajó a Tlaxcala para formarse en el 38 Batallón de Infantería de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Después de tres años solicitó su baja y se trasladó a la Ciudad de México a fin de emplearse en el puesto de Mensajero en una Refaccionaria de Autopartes. Después de 10 años la empresa quebró.
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La única alternativa que tuvo fue irse de indocumentado a los Estados Unidos de América (EE. UU.) donde laboró durante una década. Con apenas estudios de educación primaria, aprendió inglés, trabajó en el cultivo de árboles de navidad en Barrón, Wisconsin de los EE. UU. Todo esto sin dejar de estudiar la guitarra.
Siendo migrante tramitó su licencia para conducir ante el Departamento de Motores y Vehículos de los Ángeles California.
Ahora, con los ahorros que generó -después de que su familia vivió en casas de renta por varios años- adquirió un terreno en la ribereña de la comunidad de Tizatlán, municipio de Tlaxcala.
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Soy músico, pero tuve que aprender otros oficios para sostener a mi familia, siempre he trabajo desde que tenía 15 años, expresa Federico Silverio Hidalgo.
De 2006 a 2014 cruzó ocho veces el río Bravo para ingresar a los EE. UU. en la ruta por Piedras Negras, Coahuila, su destino era Wisconsin donde laboró en un invernadero. “Mi objetivo fue trabajar para comprar un juego de placas del servicio público de transporte y lo logré después de 10 años, desde 2014 vivo de la renta de ellas”.
Originario de San Mateo Matzaco, municipio de Izúcar de Matamoros, Puebla, nunca se olvidó de su tierra que lo vio progresar.
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Cuenta que permaneció tres meses en Los Ángeles California y regresó a Tlaxcala, pero después de 30 días, nuevamente cruzó la línea fronteriza del país vecino en busca de empleo. Ahora, con su música, pone a bailar, reír y llorar a cualquiera, pero también es punto de crítica cuando dirige un partido de futbol o de beisbol.
Ha trabajado con diferentes grupos musicales en los EE. UU. y México. Y como indocumentado rememora que pasó hambre y desempleo, hasta que en Wisconsin encontró una empresa donde lo contrataron. También fue espectador en los Play Off de las Grandes Ligas y de la Liga de Futbol MLS.
-¿Cómo te nació el gusto por la música?
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-Mi padre me enseñó a cultivar sandía, melón, frijol, arroz y maíz en Izúcar de Matamoros; cuando ingresé al Ejército Mexicano me compré el libro de Guitarra Fácil, un soldado me enseñó el círculo de do, desde entonces es mi gusto alegrar en las fiestas, expresa el músico de 68 años.
Recuerda que le pidió a su padre Melquiades Silverio Solís que le comprara una guitarra, pero “como éramos pobres, nunca se pudo, mi padre me mandaba con un músico para que aprendiera, pero sin guitarra”.
-¿Qué recuerdos te trae vestirte de charro?
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-Un orgullo porque en 2011 la Unesco declaró al Mariachi como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Al inicio trabajaba los fines de semana para mantener a mis hijos, por compromiso, pero ahora es por amor al arte y mucha pasión.
Refiere que vestirse de mariachi en los Estados Unidos “era de mucho respeto y fiesta porque, los gringos me recompensaban con dólares cuando la música les gustaba”.
-¿Cuál es tu música preferida?
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-Con la guitarra cualquier canción versátil de ranchera, pero desde 2015 cuando conocí el acordeón me doy el lujo de cantar lo que me guste como algunos rancheros y boleros.
Destaca que la canción “Diséñame” de Joan Sebastian siempre le abrió las puertas.
-¿Qué representa la música para ti?
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-La gente admira cuando alguien toca un instrumento, creo que si escondes un recuerdo en la vida, las canciones lo encuentran muy rápido, así lo expresan algunos autores.
-Y en el deporte ¿cómo te va?
-“Soy árbitro empírico como en la música, no le voy a ningún en equipo de los clubes para que no me critiquen, solo a la Selección Mexicana de Futbol, lo mismo que como ampáyer”.
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-Y ¿alcanza para vivir de estos oficios?
“En el mariachi Águila Negra me pagan 200 pesos por hora, somos siete, como árbitro 350 pesos por partido, no es mucho dinero, pero sí lo hago con pasión”.
‐¿Piensas regresar a los Estados Unidos?
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-“No. ¿Para qué? Solo iría de vacaciones, allá están mis dos hijos y mis cuatro nietos chicanos, pero aquí me la paso bien, con mis pensiones, lo que gano con las placas de transporte y me la paso arbitrando y cantando a la vida y a la muerte, al amor y desamor”.