Desde tiempos inmemoriables, la siguiente historia está muy arraigada entre los pobladores del municipio de Amaxac de Guerrero.
La tradición oral dice que hace muchos años, en el barrio de Atotonilco, ubicado en la primera sección de esta localidad, hacía su aparición un hombre vestido con un traje de charro color negro y con botonaduras de plata. Usaba bigote retorcido y era muy bien parecido, aunque muy mal hablado.
Solía aparecerse cuando los lugareños organizaban una fiesta. Le gustaba ser bien atendido por los anfitriones y su presencia no debía pasar desapercibida. Si la fiesta era un bautizo, tenía que besar primero al niño; si era un casamiento, tenía que besar primero a la novia o se la llevaba. Ante esto, los vecinos ya estaban cansados y no sabían cómo correrlo de las festividades. Anteriormente no le hacían caso cuando llegaba a las celebraciones o le echaban los perros, pero esto lo enfurecía y las personas terminaban sometidas a sus caprichos.
Pasaron muchos años y de este misterioso personaje ya no se sabía nada, sus apariciones en el pueblo eran repentinas y desaparecía con gran facilidad.
Un día, un borrachito que salía de una fiesta, sin querer tropezó con el elegante caballero y le dijo: “Oye Malti, no estorbes en mi camino”, a lo que el hombre le contestó: “Y tú ¿cómo sabes que me llamo Malti?”. El borrachín prosiguió su camino e hizo caso omiso de lo que el catrín le contestó, pero este último quedó intrigado de cómo había averiguado su nombre y no faltó quien escuchara el nombre, que sin querer, el mareado habitante descubrió.
Como era de esperarse, el rumor de que el hombre elegante que se aparecía únicamente en las fiestas era El Malti se extendió rápidamente por el poblado, pero a pesar de ello, éste seguía haciendo sus fechorías en el lugar hasta que, cansados los pobladores, decidieron darle un escarmiento para que se fuera lejos de estas tierras y solo esperaron la siguiente fiesta.
En esa ocasión la celebración fue una boda. El Malti llegó exigiendo ser bien atendido, sin imaginarse lo que le esperaba. Empezó a gritar y a dar fuertes golpes sobre la mesa, diciendo groserías y ofendiendo a los invitados; los caseros se negaron a atenderlo y esto hizo que se enfureciera aún más. Acto seguido, una muchedumbre se presentó armada con palos, machetes y una que otra arma de fuego y lo rodearon. El Malti, al ver esto, empezó a hablarles, pero los pobladores ya no le hacían caso y empezaron a golpearlo, él seguía gritando para espantarlos, pero era en vano, ya no le tenían miedo; era una lucha a muerte.
Entre sus dolorosos gritos el tenebroso personaje decía: “Nunca podrán hacerme daño porque yo soy el diablo”, riéndose diabólicamente. Aunque sangraba por la boca y nariz seguía gritando: “soy el diablo y me los voy a llevar a todos”. Nadie hizo caso de sus amenazas, al contrario, la gente lo seguía golpeando hasta replegarlo en el acantilado del cerro Cuatlachichinala, donde se encuentra una cueva donde trató de refugiarse.
Moribundo y sangrando por todo el cuerpo, el misterioso ser alcanzó a detenerse, con una mano ensangrentada, de la entrada de la caverna. Esa mano quedó plasmada para siempre en el lugar. Para terminar con sus perseguidores, a El Malti le bastó solo un ademán para dejarlos encantados y convertirlos en una gran roca que quedó frente a la gruta. En la actualidad, los pobladores conocen el lugar como “La cueva del diablo” y es donde se encuentran las pinturas rupestres de Atlihuetzia.
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