LOS ÁNGELES. La ciudad es sinónimo de cine, palmeras y cielo soleado, pero esta metrópoli de casi cuatro millones de persona es además el mayor campo petrolero urbano de Estados Unidos. Cientos de pozos activos se ubican en vecindarios densamente poblados del condado y en su mayoría de bajos ingresos, cerca de casas, escuelas, parques, centros comerciales y cementerios.
Estas áreas de perforación no son nuevas y de hecho vienen por décadas formando parte del paisaje, pero residentes y activistas ambientales han comenzado a alzar su voz contra estas instalaciones que, aseguran, representan un riesgo para la salud pública y creen deben ser eliminadas gradualmente.
"Estos pozos petroleros no deberían estar en nuestras comunidades", dijo a AFP Martha Dina Arguello, directora del capítulo en Los Ángeles de la ONG Physicians for Social Responsibility y copresidenta de STAND-L.A., una organización comunitaria que trabaja para erradicar la perforación petrolera en zonas urbanas.
"Son fuente de contaminación del aire y parte de la crisis climática", siguió, parada frente a un pozo ubicado en un barrio residencial en el noroeste de la ciudad, adyacente a tres escuelas y un parque.
El rechazo de la explotación en áreas urbanas llevó a varios legisladores locales y activistas a pedir la prohibición de nuevos permisos de perforación en California, y la creación de un área de protección de 760 metros alrededor de todos los pozos de un vecindario.
Amalia Sánchez, una mujer de 62 años residente de la zona y a quien recientemente le diagnosticaron un tumor pulmonar, dijo a AFP que muchos de sus vecinos en el barrio obrero de Wilmington, al sur, sufren de asma y dolores de cabeza.
"La gente se pregunta por qué sigo viviendo aquí, pero a dónde más puedo ir, no tengo dinero para pagar más alquiler", añadió, asegurando que en toda la zona se respira un olor nauseabundo a petróleo.
Tal vez no exista otra zona en la que la industria petrolera esté más presente que en Signal Hill, a 35 km de Los Ángeles y algún momento llamado Porcupine Hill (Colina del puercoespín) debido a la cantidad de balancines en el área.
Hoy son docenas los que operan en este pequeño enclave, entre casas y edificios residenciales.
Y aunque muchos vecinos apuestan al fin de la producción, otros temen el impacto que puede tener en la economía.
"Si cerramos todas estas instalaciones, ¿a dónde irán todos los trabajadores?", dijo un hombre sentado en un café que tiene una bomba operando en su estacionamiento. "Necesitamos mantener a la gente empleada y mantener los ingresos por impuestos".
Miembros de la industria local -que produjo en 2018 unos 12 millones de barriles, la mitad que 10 años antes, según cifras oficiales- se muestran escépticos sobre las alertas de los ambientalistas.
"Un revés arbitrario equivale a una prohibición de producción de facto en Los Ángeles", explicó Rock Zierman, director ejecutivo de la California Independent Petroleum Association, quien destacó que Los Ángeles tiene "la más dura regulación del planeta".