TIJUANA, BC.- Existe un lugar en la ciudad de Tijuana en donde la vida cambia y deja de ser lo que era. En este espacio las personas se refugian en la soledad para sólo intentar sobrevivir. Se trata de la canalización del río Tijuana; en ella, cientos de personas, en su mayoría migrantes deportados de Estados Unidos, y, por el otro lado, los que viajan de sur a norte desplazados a lo largo de la historia por las escasas oportunidades de un empleo bien remunerado en su lugar de origen y, en los últimos años, por la violencia ejercida por los cárteles de droga y las pandillas, hacen de esta infraestructura creada en la década de los 70 su hogar de manera improvisada en los llamados ñongos.
Dichos refugios son hechos de distintas formas; algunos son como cuevas, espacios de suelo que fueron excavados hasta lograr una abertura para que pueda ingresar una persona y algunas de sus pertenencias, mientras otros optan por hacer un simple hoyo en forma de una pequeña alberca a la intemperie, el cual apuntalan con rocas de mediano tamaño, algo así como un cerco que delimita el lugar.
Están también los que son adaptados en algo similar a una alcantarilla o coladera, como un cuarto en lo profundo, oscuro día y noche, uno en donde el mal olor, las duras condiciones del clima, la suciedad y las ratas también tienen presencia. En uno de esos diferentes “ñongos” encontramos a Pablo Herrera, originario de Ciudad Juárez, quien cruzó de manera ilegal a Estados Unidos hace más de 15 años; ahí trabajó en la construcción, en específico con yeso, el cual, dice, lo maneja como maestro. "Llevo en Tijuana como un año y medio; me deportaron porque no tenía papeles; yo vivía en Las Cruces, Nuevo México; ahí trabajaba de albañil, pero lo mío lo mío es el yeso; soy yesero ¿sí sabes lo qué es? Hay una diferencia entre los que trabajamos el yeso; yo soy de los que lo dejan como porcelana, un trabajo especial.
Aquí me tuve que quedar; construí mi lugar; aquí nadie se mete; a veces vienen otros 'vatos', pero los corro porque nomás andan viendo qué llevarse de lo que tengo”. Ante la pregunta de si la inseguridad del lugar lo llevaría a moverse, respondió: “no sé a dónde irme, no tengo otro lugar.
El docente e historiador Diego Saavedra Lara habló en entrevista sobre la población de la canalización del río Tijuana: "En 2013, durante mi estancia en El Colegio de la Frontera Norte (El Colef), tuve la oportunidad de ser parte del equipo de la doctora Laura Velazco, la cual organizó un censo en el lugar, al cual yo llamaba la ‘nueva cartolandia’, y que en los medíos se conocía como los ñongos: edificaciones improvisadas con pedacería de madera, lámina, lona, etc. Dicho censo tenía como objetivo conocer cómo estaba compuesta la población que habitaba el canal. En los medios tradicionales, la caracterización era peyorativa; los estigmatizaban como 'drogadictos y mal vivientes' sin tomar en cuenta que muchos de ellos eran deportados que aún no caían en la drogadicción.
"Conocí historias de vida realmente desgarradoras, personas que habían intentado todo pero que el destino no les sonrió y cayeron en una espiral de perdición; otros que, aunque en condiciones precarias, tenían la esperanza de volver a migrar, por lo que se mantenían firmes y sobrios; personas resignadas con su situación, acostumbradas a ser vistos como lacra; en fin, una serie de perfiles tan distintos; pero, a la vez, con potencial para desarrollar oficios que habían aprendido durante su estancia en el país vecino", señaló el historiador.